La afectividad, o dimensión psico-afectiva, como se la ha venido denominando desde el comienzo del libro, abarca el complejo mundo de los sentimientos, los afectos, las emociones y los estados de ánimo. Estrictamente hablando, todos estos dinamismos son propios de la persona, y aunque en un sentido análogo se habla de sentimientos en los animales, la afectividad humana es singular por estar unida a la capacidad de reflexión y a la voluntad libre.
En términos generales no resulta fácil definir los sentimientos, precisamente por ser dinamismos complejos que se mueven entre lo material y lo inmaterial. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define el sentimiento como «estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente».
Los filósofos clásicos denominaban a las tendencias sensibles como «pasiones» (páthe), en el sentido de ser «padecidas». La pasión constituye pues una acepción del sentimiento que pone el énfasis en la intensidad de la vivencia afectiva, a la vez que en el hecho de que el sentimiento se padece, es decir, se presenta como apetecible o no apetecible, agradable o arduo.
En el marco de la moderna psicología experimental, y del comportamiento organizativo, se han realizado algunas distinciones que pueden ayudar a entender mejor los dinamismos psico-afectivos. Así, por ejemplo, los afectos «constituyen toda una gama extensa de sentimientos que experimenta la gente. Un concepto genérico que abarca tanto emociones como estados de ánimo». Dentro de los afectos, se distinguen por tanto las emociones que son «sentimientos intensos que se dirigen hacia algo o alguien», es decir, son reacciones hacia un objeto; mientras que los estados de ánimo son «sentimientos menos intensos que las emociones y carecen de estímulos contextuales»
Junto a los deseos cabe un segundo tipo de inclinación que la tradición clásica denomina impulso. Se trata de la tendencia sensible que se produce «cuando se cae en la cuenta de la dificultad de conseguir un bien futuro (es decir, se trata de un bien arduo cuya consecución resulta esforzada), o de los problemas para evitar un mal también futuro (y no resulta fácil o posible dejarlo de lado)»
El impulso, a diferencia del deseo, es una tendencia sensible por apartar o vencer los obstáculos que se interponen en el camino hacia el logro del bien o el alejamiento del mal. Se habla de impulso en el sentido en que no se centra en el presente: «la experiencia del pasado y la aparición de ilusiones hacen que el ser humano se marque proyectos, aspire en dirección al futuro». La esperanza surge, pues, como el impulso ante un bien futuro que se entiende como alcanzable. Ésta genera una actitud marcada por la ilusión o la audacia, y en la medida en que se logra el bien objeto de esperanza surge el gozo.
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